Dos masacres
en menos de una semana, que dejaron 13 muertos entre adolescentes y
universitarios, hablan de lo peligroso que resulta sobrevivir en esos
territorios colombianos que siguen siendo castigados por la violencia. Una verdad que nos duele, refleja un país cruel e incivilizado, sobreviven radicalismos anacrónicos e inexplicables desde una perspectiva
histórica.
La juventud
ha sido victimizada, incorporada a la guerra a la fuerza, el constreñimiento
ilegal es lo cotidiano, los grupos armados que se mueven ideológicamente en los
extremos, radicales y sanguinarios, crueles por naturaleza son los responsables de semejante oprobio. Para no hablar de los
niños, los que no solamente son asesinados, sino incorporados a la guerra,
Los informes
de prensa me dejan impertérrito: “En Cali fueron cinco los adolescentes a los
que masacraron. O mejor: los niños. Tenían entre 14 y 16 años. En Samaniego, en
el departamento de Nariño, fueron ocho los jóvenes masacrados. Tenían entre 17
y 25 años. Los primeros eran niños afro, estudiantes de bachillerato, hijos de
recicladores, vendedores ambulantes, obreros de construcción y empleadas
domésticas. Hijos de la guerra. Los segundos eran universitarios, en su
mayoría. Muchachos de clase media, hijos de profesores, médicos, pensionados,
campesinos y comerciantes que construían su futuro. Y los hechos en los que los
mataron ocurrieron con apenas cuatro días de diferencia. La primera: el martes
11 de agosto. La segunda: el sábado 15 de agosto. A los primeros los mataron en
un cañaduzal del suroriente de Cali, en un barrio donde reubicaron a cientos de
familias que huyeron del conflicto armado de diferentes regiones del Pacífico
colombiano. Habían pasado mucho tiempo resguardados en cambuches sobre un
jarillón del río Cauca y se los llevaron a vivir en un proyecto de vivienda de
interés social hace siete años, bautizado con un nombre que fue la esperanza de
una mejor vida: Llano Verde. Queda en el distrito de Aguablanca: un universo
donde conviven todas las miserias de Colombia. A los segundos los masacraron en
la vereda Santa Catalina, a pocos kilómetros del casco urbano de Samaniego. Los
primeros habían salido a elevar una cometa y los segundos estaban compartiendo
unas cervezas en una casa familiar. Las investigaciones sobre los autores del
crimen contra los cinco niños de Cali van por buen camino. Hay varios
sospechosos. Los familiares, que descubrieron sus cuerpos arrumados y
acribillados, aseguran haber visto a los vigilantes del cañaduzal con machetes
ensangrentados. De los segundos se sabe que varios hombres irrumpieron en la
celebración y arremetieron con fusiles y armas de corto alcance. Eso lo cuenta
un muchacho que logró sobrevivir haciéndose el muerto y que se amontonó encima
de varios de sus amigos que realmente estaban muertos”.
También en
Nariño, pero en el municipio de Leiva, en límites con Cauca, mataron a otros
dos menores de edad. Cristian Caicedo y Maicol Ibarra, de 12 y 17 años, iban
para el colegio a llevar una tarea y fueron interceptados y asesinados por
hombres del clan del Golfo, que se disputan el control de ese territorio con el
Eln y con las disidencias de las Farc; una guerra por los cultivos de coca y
por las rutas para sacar la droga, según informaron las autoridades
municipales. Los mataron a quemarropa con armas de fuego de largo alcance. Los ejemplos son muchos, darían para un articulo completo, hablo de una crónica de una region asediada por la muerte y la sangre(1).
La muerte
continua de nuestros hijos, jóvenes, habla de nuestra barbarie. El texto de
Sarmiento Barbarie o civilización, mantiene una vigencia absoluta, la diatriba persiste, por su puesto el anacronismo del país es evidente en esta materia, nosotros parecemos no salir de la barbarie, paradoja que aún ni los
historiadores explican a cabalidad. Es más bien un tema para sociólogos y
psicoanalistas.
Los asesinos
son verdaderos barbaros: “¡Los iban a quemar! En la noche los quemaban y al día
siguiente los iban a desaparecer. Estos ángeles fueron los que nos llevaron
hasta donde los habían matado”, gritó la mujer al pedir justicia”. Es un hecho,
“Lo que sí se sabe, hace rato, es que matar y quemar gente en los cañaduzales
es una práctica cada vez más convencional en la capital del Valle y en los
alrededores. Una búsqueda rápida en Google dará cuenta de todos los registros
que hablan sobre una modalidad de crimen que busca eliminar cualquier huella. Como
si no fuera suficiente tener que enterrar a sus hijos tan vilmente asesinados,
los padres han tenido que salir a aclarar que ellos eran niños buenos y
juiciosos, que soñaban ser futbolistas y bailarines de música urbana, que no
consumían drogas y no tenían vicios ni malas amistades”.
Colombia es
de los pocos países, por no decir el único que conserva la guerrilla de
guerrillas, un verdadero anacronismo y refleja nuestro atraso político,
sobrevive gracias al narcotráfico, que le da flujos que ningún grupo armado contó
en estas proporciones hasta la fecha.
Algunas
cifras tomadas a la mano hablan del grado de nuestra violencia contra los jóvenes
y niños, los que inmersos en una guerra ajena, la padecen inclementemente: Entre
agosto y noviembre de 2018, el Ministerio de Salud documentó que el porcentaje
de jóvenes entre los 18 y 24 años que sufrió violencia sexual, física o
psicológica antes de la mayoría de edad es de un 41%, en donde las mujeres
fueron un 40,8% y un 42,1% los hombres registraron que quedó en la Encuesta de
Violencia contra Niños, Niñas y Adolescentes (EVCNNA). El 2019 aumentó y las
cifras del siglo 20, son escalofriantes.
Lo peor, nos
acostumbramos a los hechos. Esto sí es un problema, aprendimos a convivir con
esta realidad en una frialdad cruel, oprobiosa, inercial, habla de la lo grave de
nuestra sociedad. Poco nos importa la muerte de nuestros jóvenes y el secuestro
e incorporación de los niños a la guerra. Sabemos que el narcotráfico es un eje
que hace casi imposible la solución, hay más territorio que estado. Las consecuencias
están a la mano: “Las personas que han estado expuestas a la violencia
psicológica, según la encuesta, reportan más problemas de salud mental como
estrés, conductas de auto daño e ideas suicidas. Así mismo, la encuesta señala
que existe elevado consumo problemático de alcohol, tanto en mayores como en
menores de edad”, señaló el Ministerio de Salud”. Somos un país enfermo.
Conclusión:
Nada que hacer. Lujo que no se puede dar un país, cuya única solución reposa en
las nuevas generaciones.
ADDENDA: Los asesinatos han continuado, sobre todo en los últimos días, se han ensañado con los jovenes, estan eliminando el futuro y cercenando la fe en este país, que continúa en manos de los bárbaros. Hoy nos enteramos de la matanza de tres jóvenes en el municipio de Venecia Antioquia. Las bandas criminales han terminado haciendo lo que les plazca. Son masacres, ahora el gobierno ha querido montar el concepto de asesinatos colectivos, una forma de sacarle el quite a responsabilidades frente a la comunidad internacional.
(1) Llano Verde es un barrio acorralado por odios de fuerzas oscuras, riñas entre pandillas y disputas territoriales de bandas que buscan reclutar a menores de edad, en alianzas con el narcotráfico. Actores ilegales que encontraron, en esa llanura del extremo de Cali, un corredor para el tráfico de armas y drogas. Todo eso, a 40 minutos de un lugar que la Fuerza Pública conoce como el ‘triángulo de la marihuana’. Así lo expresan las autoridades cuando hablan de Miranda, Corinto y Toribío, en el norte del Cauca.
Este es el barrio donde el Estado —el Gobierno Nacional y el municipio— puso a vivir en comunidad hace siete años a familias que en el pasado sufrieron en carne propia la violencia de guerrilleros y paramilitares, que las sacaron corriendo de sus terruños, junto a quienes empuñaron armas en el conflicto, y a quienes levantaron asentamientos de cambuches en zonas inundables. Toda una bomba social en un lugar desde donde sus cerca de 20.000 habitantes —un barrio que puede ser del tamaño de un municipio de quinta categoría— divisan el resto de una Cali edificada pero literalmente lejana. Muchos de ellos se sienten como si estuvieran en un gueto