Curiosamente cuando más
publicaciones aparecen tratando de explicar y entender la naturaleza del
conflicto colombiano, las múltiples violencias que desde hace cinco décadas
desgranan al país y hacen parte del
paisaje social, el estado a través del ejecutivo, en su legitima condición,
quiere dar una nueva interpretación de nuestro pasado, asevera desde el
partido de bancada que, nunca ha existido
conflicto y que nosotros, somos consecuencia de un terrorismo soterrado y
bandas criminales, el eje corruptor ha sido el narcotráfico y el problema de la tierra, no reviste la
importancia que algunos historiadores le han querido dar. De hecho la agenda
pública reviste actos en esa dirección, es política de estado revisar la
historia, re-escribirla..
Recordé un texto
publicado por la editorial “La carreta” de Medellín, llamada: “Para qué enseñar
historia” compilado por Javier Guerrero Barón y Luis Weisner Gracia, en
referencia a los historiadores, el texto empezaba con estas apertura, bastante
esclarecedora: “Aquellos en que los historiadores desempeñan un papel, pero
que es gestionado substancialmente por otros protagonistas políticos y por los
medios de comunicación de masas ( G. Santomasino,2001-9-9). En este terreno
solo cuentan aquellos que cumplen con la función de legitimar los usos
políticos correctos, mientras que el papel de quienes enseñamos se supone que
debe reducirse a poco más que a trasmitir mecánicamente los contenidos que se
han fijado desde arriba”. Categoriza después: “ Los gobiernos han sido siempre
conscientes de la importancia de ese uso
público de la historia. En un pasado más lejano, nombrando cronistas oficiales
(: Luis XIV de Francia tenía una nómina hasta de diecinueve historiadores) o
controlando en que se recordaban los acontecimientos. Napoleón se encargaba
incluso de fijar los detalles de los cuadros que reproducían sus victorias”.
Pecault escribió: “Cuando
se trata de un fenómeno de las características de la violencia en Colombia, en
el cual se presentan una serie de manifestaciones supremamente heterogéneas
entre sí: Luchas partidistas, luchas de apropiación de la tierra (Con rasgos
diferentes de acuerdo a las regiones de colonización, de regiones donde existen
latifundios y minifundios), desplazamientos masivos de la población,
bandolerismo social y político, auto-defensa campesina. En este caso nos
encontramos frente a procesos bastante diferenciados. La unidad de estos
fenómenos es problemática y más aún, la posibilidad de construir una narración
histórica de todo el conjunto de los fenómenos de la violencia dado el carácter
específico de sus manifestaciones”.
Las narrativas históricas
siempre han sido difíciles pero necesarias. Uno podría estudiar el conflicto
desde los textos más emblemáticos de la literatura nuestra: “La vorágine, la
mala hora, la hojarasca. Cien años de
soledad, la virgen de los sicarios. El problema de apropiación de tierra y
desplazamiento, desde ópticas diversas, el nacimiento de la guerrilla y los
procesos de marginación política y falta de equidad política en contexto con
ejes globales de necesaria incidencia e importancia.
En la biblioteca
pública “La floresta” de Medellín me encontré con texto académico que estudia “El
conflicto y territorio en el sur de Colombia”, el título de apertura del mismo
se denomina: “Una vieja guerra en nuevo contexto”. Ahora con el paro del Cauca en el sur de Colombia, parto afirmando que esta problemática ha sido suficientemente estudiada por la academia
que entre otras cosas no es atendida por los gobiernos y es más bien desdeñada.
El prólogo abre con este interrogante: “La violencia en Colombia- Tal vez el principal
freno al progreso económico y social- continua desafiando de manera obstinada
las políticas públicas para enfrentarla, ya que son frecuentemente
reaccionarias y reactivas, en no pocas ocasiones ajenas a la realidad regional
y muchas veces contrarias a los procesos de desarrollo en los territorios en
los que la violencia se expresa”. Esta obra de 475 páginas desde la perspectiva
histórica, “Busca explicar las continuidades y rupturas temporales del conflicto armado colombiano en relación
con las particularidades espaciales de las
regiones y subregiones de esta parte del país, a partir de procesos de
poblamientos y tensiones del mundo rural. Esas continuidades y rupturas permiten
discutir las interpretaciones del conflicto a la luz de diferentes modelos
interpretativos, al tiempo que ofrecen un modelo propio e innovador de interpretación
de la realidad violenta”. Este es un trabajo de más de tres años. Esto quiere
decir que los diagnósticos y los estudios sobre nuestra realidad están a la
mano. Desconocer el conflicto constituye el punto de partida del actual gobierno,
esperamos como esta óptica se reproduce como agenda pública. Hasta ahora esta
condición reactiva parece no tener buenos resultados. El debate queda abierto.
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