Los
efectos de la administración Trump son más graves de lo que esperábamos, esta columna
tomada de “El país” de España entre otras, confirma hasta donde es de peligroso
un hombre de sus calidades, como en el imperio Romano, uno esperaba que lo peor
no sucediera y la historia vuelve a confirmar que nunca estaremos librados de
esta caterva de populistas.
MANUEL RODRÍGUEZ RIVERO
28 ENE 2017 - 02:15 COT
1. Populismo
Ni siquiera Londres es lo
que era. La ciudad a la que tanto me gustaba escapar una vez al año para
respirar aire nuevo se me antoja hoy bastante irrespirable. El Brexit funciona,
y cómo. Una ola de contagioso jingoísmo verbal inunda la prensa
ultranacionalista, que es, con mucho, la de mayor circulación. La inauguración
de Trump con su discurso amenazante y proteccionista (en un momento en el que
hasta Xi Jinping está por la globalización), le ha dado aún más alas: “Trump es
lo mejor que le ha pasado a Gran Bretaña desde la entrada de EE UU en la
Segunda Guerra Mundial”, titulaba exultante el Daily Mail, que
ya era populista antes de que naciera el cuarto vizconde Rothermere, su actual
propietario. Los medios de la derecha, fascinados por el Gobierno de
millonarios de Theresa May (cuyas fortunas, en todo caso, son filfa si las comparamos
con las de los miembros del Gabinete de Trump), editorializan sobre la
necesidad de recapturar a toda costa la dorada era Thatcher-Reagan, cuando
Reino Unido, tras el hundimiento del crucero argentino Belgrano (“Gotcha”
—más o menos, “le dimos”—, fue el célebre titular de The Sun), llegó
a creerse que aún poseía un imperio. El triunfalismo antieuropeo se palpa en
bastantes lugares: en un pub muy working class del
norte de la ciudad, por ejemplo, me pareció que algunos parroquianos ponían
carita de asco, como si hubieran olido a ratón muerto, cuando nos escucharon
hablar en español. En la antigua ciudad-refugio de disidentes (incluidos
Verlaine, Rimbaud, Blanco White o Cernuda), muchos piensan ahora que,
arrimándose a la mesa de la gran América (again) que propugna
el nuevo emperador, les caerán algunas migas del futuro banquete. Que se j***n
los europeos con su j****a burocracia y sus pringosos emigrantes. Pensando en
los partidarios del Brexit me viene a la cabeza la tremenda
caracterización del “espíritu anglosajón” que, a propósito del más célebre
náufrago de la historia de la literatura, nos dejó James Joyce en su precioso
prólogo a Robinson Crusoe:“La viril independencia, la inconsciente
crueldad, la persistencia, la lenta pero eficiente independencia, la apatía
sexual, la práctica y equilibrada religiosidad, la taciturnidad calculada”. En
todo caso, también aquí se percibe (y no solo en las manifestaciones
anti-Trump) algo del mismo zeitgeist de protesta que se viene
respirando en otras capitales del mundo. Aunque a veces sea dándole la vuelta y
convirtiéndolo en farsa. Ese es el (sin)sentido, por ejemplo, de la exposición
(en el Victoria & Albert hasta finales de febrero) You Say You Want
A Revolution?, un gigantesco patchwork cutre y
oportunista de heteróclitos objetos (la mayoría de dos dimensiones) que
pretende evocar acríticamente los años 1966-1970, que, según sus comisarios,
cambiaron el mundo. Uno recorre la exposición más visitada del momento (mucho
más que la excelente retrospectiva de Rauschenberg en la Tate Modern, hasta el
2 de abril: no se la pierdan) con la sensación de que le están vendiendo una
burra coja y pringada de nostalgia (eso sí: con buena música enlatada). Y, en
efecto, la exposición acaba en una enorme exhibition shop en la
que pueden adquirirse “recuerdos” de aquellos años. Si no quieren sentirse
defraudados, no se les ocurra pagar las 16 libras de la entrada. De nada.
2. Auster
Total que a la postre lo
mejor que me pasó en Londres es que mi topo (sin género) en Faber & Faber
me pasó un ejemplar de las últimas pruebas de 4321, la última
novela de Paul Auster, que se pondrá a la venta en Reino Unido (Faber) y
en Estados Unidos (Henry Holt) el 31 de enero, para hacerla coincidir con el
septuagésimo cumpleaños de su autor. Desde entonces me he venido produciendo
como una especie de zombi, sumergido en la lectura del incómodo centón de casi
900 páginas. Jorge Herralde, que ha sido hasta hace muy poco su editor en
español, sabe que mi opinión sobre Auster ha ido variando desde el feroz
entusiasmo que me provocaron sus novelas “posmodernas” (obras maestras, como El
palacio de la luna, La música del azar y, sobre todo, Leviatán)al
relativo enfriamiento —e incluso disgusto— que me produjeron algunas de sus
novelas posteriores (como Mr. Vértigo o Tombuctú), hasta
renovar (pero más tibiamente: yo también he crecido) mi primitivo entusiasmo
con algunas publicadas en la década pasada, como El libro de las
ilusiones, Brooklyn Follies o Sunset Park. La nueva
novela, que hace el número 17 de las del maestro americano, me tiene otra vez
fascinado. Quizás porque, sin faltar ninguno de sus temas —incluidos los
autobiográficos—, Auster ha escrito una enorme novela realista (a pesar, entre
otras cosas, de un final sorprendente, incluso para estándares austerianos) en
la que se cuenta la historia de cuatro Archies Ferguson que, siendo distintos,
son siempre otros tantos avatares del mismo personaje. Como ocurre a menudo a
los protagonistas del autor, el azar, la necesidad, las coincidencias y las
circunstancias diseñan esas cuatro (una más corta que otras) vidas posibles.
Auster ha desarrollado además su ya antigua querencia por el fraseo largo,
preñado de reflexiones e ideas, pero también de humor e ironía. Reconozco que
me lancé sobre el libro inmediatamente, sobre todo si tenemos en cuenta que
habrá que esperar hasta septiembre para leer la traducción española (del muy
fiable Benito Gómez) que publicará Seix Barral. Otro de mis topos (también sin
género) me ha revelado que la editorial de mi adorada Elena Ramírez habría
pagado por los derechos una cantidad “en el segmento medio de las seis cifras”.
Una pasta gansa, aunque no tanta si tenemos en cuenta que Auster —uno de esos
privilegiados autores muy literarios que, como Javier Marías, han sabido
conectar con un lectorado mainstream—también se vende muy bien en
América Latina. Pues suerte y que cumplas muchos más, Paul.
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